domingo, 1 de octubre de 2017

La carne de gallina, los pelos de punta


No me apetece escribir sobre Eso. Y menos hoy, precisamente. He apagado la radio mientras hacía la cama. El regodeo en el detalle, la cacería del instante. Por detrás, latente, la expectación morbosa y mal disimulada de que, a pesar de los deseos expresados en voz alta, termine pasando algo grave. No puedo soportarlo. Al jazmín no le ha parecido bien que me fuera de vacaciones. Se siente raro en esta estación mestiza y lo hemos abandonado. Ahora mismo debería estar quitándole hojas secas. O sembrando hierbas de cocinar para crearme una ilusión de autosuficiencia. Esa es la actualidad que me interesa realmente: dicho en cursi, el organigrama y la agenda de los eventos naturales. Lo demás es anécdota. La actualidad es una creación moderna y, como tantas otras, se nos ha ido de las manos. Oprime, obliga, se te viene encima. Incita a la bulimia. Antes de salir del horno ya huele a rancia. 

No quiero tampoco expresar opiniones. Hubo un tiempo en que me acomplejaba no tener una posición estructurada y explícita sobre todas las cosas, pero ya me he reconciliado con esa debilidad congénita mía. Si lo piensas, las opiniones son como los ejércitos: te las montas por si acaso; custodian tu identidad; las consideras una necesidad por costumbre; evolucionan poco o nada desde el momento en el que fraguan; de vez en cuando necesitan una confrontación que justifique su existencia; gustan de exhibirse. Una opinión reservada es como una fortuna de la que no se alardea. Por eso las vamos divulgando y les exigimos un respeto. Cada cual se aferra a la suya como a su propio piel y a su ego. A veces las opiniones saturan el sistema social como las toallitas que arrojas insensatamente al váter.

Ni actualidad ni opiniones, entonces. Esto de hoy mío va, para variar, de sensaciones íntimas. De un escalofrío. Una reacción espontánea de mi cuerpo. No de mi mente, o del órgano donde se fabrican los posicionamientos. Ocurrió ayer, y por eso lo cuento hoy, no porque lo marque la fecha. Venía de la biblioteca, del mercado, cargada con un par de libros y el doble de filetes de bonito. Sorteando el aluvión de turistas, en mi mejor modo de animal retraído. Superé una de las atestadas plazas del centro, estaba a punto de desembocar en otra. Antes de alcanzarla escuché el jaleo. Consignas coreadas a todo lo que da la garganta, ese runrún que sea cual sea su contenido verbal, aborrezco. Unos pasos más y, por fin, el hervidero de cuerpos, y un vuelo de banderas. Pancartas. Estribillos que ya se entienden. España somos todos. Etcétera. Hice un quiebro y me desvié por las calles traseras. Porque tengo bastante conciencia somática y le suelo hacer caso a las señales que me envía mi cuerpo: se me habían puesto todos los pelos de punta. Eso que hice fui una huida. Y era miedo.

Ya lo he dicho otras veces: las personas me interesan y algunas hasta me chiflan, pero la gente, una buena cantidad de ella, me abruma. Las ciudades saturan mi percepción. La multitud me deja rendida. Pero lo de ayer... esa energía ciega puesta al servicio de abstracciones como la pertenencia a una nación o la identidad: me aterroriza. Ese truco de magia negra por el que una persona se junta con otra persona, con otra, con otra y con otra, y de repente, ahí tienes a una masa sin rostro enfocada en una idea. Enemiga de otras ideas. Impermeable a otras opciones. Se corea un España somos todos, y la energía creada en torno a ello blinda el lema y lo sacraliza. Y ya no te cabe en la cabeza que quizás no todos sientan España, o pongamos que Cataluña, como tú las sientes. Que algunos sienten las dos, o no sentimos ni una ni otra. Que no nos sale identificarnos con conceptos que ni se ven ni se tocan. Que somos alérgicos a ampararnos en una colectividad particular y no por eso impugnamos la convivencia.

La carne de gallina, los pelos de punta. Así debían de sonar las calles en los meses previos a julio del treinta y seis. No es una opinión, ni un presagio sombrío. Es solamente instinto.

2 comentarios:

  1. Muchacha prudente, sabia y sensata. Suscribo cada uno de tus párrafos.

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  2. La cuestión es saber separar política de sentimiento, que no deberían ir juntos bajo ninguna situación, sin embargo nos educan de la manera contraria. Y eso nos lleva a éste tipo de problemas.

    Saludos,

    J.

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