domingo, 25 de junio de 2017

La verdad del corcho


Si les preguntas si les gusta su trabajo, probablemente te miren como un filósofo estoico a un veinteañero americano. No todos son hombres viejos, pero su brega sí que es de otra época. También su modo de entenderla. Piensa en lo que te hubiera respondido tu abuelo, el arriero, el que abría pozos, el hortelano: niña, la faena es la faena. Ellos tenían pocos más recursos que su fuerza muscular y su maña. Bajo el sol totalitario de julio, sobre el suelo helado. Cuando la puerilidad se hizo norma social, ellos ya tenían las manos llenas de callos. El trabajo está para comprarse la vida, no para realizarnos.

Tampoco los corcheros tienen mucho más que eso: una pericia antigua, herramientas sin más motor que el corazón dentro del pecho. Hacha, mulo, escalera: para arrancarle el corcho a los árboles sólo hacen falta máquinas de sangre. Es un diálogo de tú a tú entre el cuerpo vegetal y el del humano, una cita fogosa entre sudor y savia. Pregúntales y te mirarán con ojos tolerantes. Probablemente te respondan que prefieren esto a estar encerrados en un banco.

Con ellos no hablaría de belleza, por supuesto, por respeto a su cansancio. Pero si has sentido alguna vez el paso de los corcheros por el monte, su huella estética no se borra. Del oído, de la vista, de la piel, del olfato. Su presencia se propaga más allá del árbol sobre el que se encaraman. Suenan las hachas desde lejos, el idioma privado de un arriero al que todavía no distingues, pero que ya te está rozando con su mano de otro siglo. Vestida con ropa bien estudiada, oliendo a coche todavía, de pronto se te permite ser testigo de una antigua ceremonia. Luego te acercas: chispas de luz entre la hojarasca, el calor brutal como un bautismo, la desnudez palpitante y salmón de los troncos, el maravilloso olor íntimo de los árboles. Todo eso te impregna y te traspasa. No vas a olvidarte nunca de la verdad que, al menos esta vez, has contemplado. 

La imagen puede contener: árbol, planta, cielo, exterior y naturaleza
Me precio con infinito orgullo de que este fotógrafo sea mi amigo
 

Porque el descorche es la verdad de los alcornocales. Y como toda verdad que se precie, no es exactamente benévola. El hacha es la madre del paisaje, la responsable de su fuerza y sus debilidades. Dicen que si no se le hubiera encontrado un rendimiento económico al corcho, estos bosques serían ya carbón o astillas. Dicen que el hombre señaló al alcornoque con su mejor dedo y convirtió un monte diverso en un monocultivo. Dicen que escamotear a los árboles su capa protectora los vuelve vulnerables como individuos, y que primar una sola especie sobre el resto vulnera las sociedades naturales. Conclusión: el descorche es un sí y es un no, creador y agente de exterminio.

Una verdad como la del oxígeno: lo necesitas para vivir, pero a la larga acaba contigo. Una verdad bella y cruel, igual que la que te mantiene en pie, todavía. Guardo la verdad del corcho en mi corazón, a la espera de que una nueva la sustituya.


3 comentarios:

  1. "El tiempo pasa... Nos vamos poniendo viejos..."
    Dice la canción.
    Lo que no dice es que el mundo cambia junto con nosotros.

    Saludos,

    J.

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  2. Este oficio requiere mucha destreza; para no dañar al árbol, para que pueda donar otra piel dentro de ocho años.
    Que el corcho sintético -por el momento-, ya nos advierte de la calidad de un vino....

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    Respuestas
    1. ¿Ocho años? No sabía que fuese tanto tiempo.

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