sábado, 1 de abril de 2017

Al calor de los helechos (17)

Betty lo siente en la piel de la espalda y se estremece. Tiene una especie de rádar. Cuando cada vocación incipiente en tu vida ha sido ridiculizada por una madre demasiado exquisita; cuando la gente se ha cambiado de acera a tu paso por miedo a que la contagies, aprendes a detectar los focos de calidez ajena. El cliente nuevo la sigue hasta la que será su habitación. No parlotea; no se opone al silencio irrespirable de un hotel que ha sido abierto sólo para su estancia. Las chimeneas están ciegas. En el bar el licor se condensa venenosamente al fondo de las botellas. La madera que reviste las paredes parece guardar entre sus vetas el eco de los deportistas huidos, los aventureros, los recién casados, los amantes furtivos, los que buscan calmar los nervios agotados en la nieve, los que han leído demasiadas veces La montaña mágica. Betty se está preguntando en cuál de esas categorías podrá encuadrarse a este hombre. No parece un furtivo, no tiene pinta de necesitar que lo apacigüen. Más bien... Pero ya ha alargado el trayecto todo lo que la planta del hotel permite. Lo siguiente es dar en vueltas en círculo, recorrer una y otra vez los mismos pasillos, envuelta en el calor amable del extraño, mecida por sus pasos sincopados. Espero que le guste su habitación, señor Holloway. No le dice que ha escogido para él su favorita, a la que ella le gustaría entrar seguida de un marido flamante. A qué hora prefiere que le sirva el desayuno.

A las siete y media Betty lo tiene ya todo listo. Ha preparado una tetera no con el té insulso que se almacena en la despensa del hotel, sino con el que la tía Gwen le envía desde Londres, y que ella atesora como si fuera una promesa de vida recia. En la bandeja, junto a los bollos de especias que la han hecho madrugar y la ración de mantequilla por la que la harán rendir cuentas, las flores que recogió en el paseo de ayer. Manuka, cinco especies de genciana con cinco tonos de blanco ligeramente distintos. Hijas de la nieve. Estaba nerviosa mientras batía los huevos, encendía el horno, sacaba brillo otra vez a los cubiertos. Temía el momento de llevar la bandeja de la cocina a la galería acristalada donde anoche decidió que atendería a su cliente. Su cliente. El posesivo modesto la hace sentir dichosa. Temía armarla de nuevo. Pero la taza ha dejado de bailar contra el platillo en el momento en que lo ha visto. Ese hombre tiene algo: una suavidad infalible que se derrama sobre todas las cosas y las vuelve igualmente suaves, desprovistas de filos, espinas y trampas.

Por encima de los bollos recién horneados, el té fuerte y la vista sedante de los prados alpinos, él ha admirado las flores. Y así es cómo por fin se ha enterado de la categoría que le corresponde. El cliente y ella son de la misma especie. ¿Puedes creerlo, Betty? ¡La botánica te ha seguido el rastro hasta la cima de las montañas! Antes de que el té se quede inevitablemente frío, Betty ya sabe que además de catedrático es reverendo, y él, que Betty ha trabajado con Lucy Cranwell, una señorita estupenda, aunque tal vez un tanto vehemente, ¿no es cierto? Se siguen contando sus cosas: las sendas descubiertas por el deshielo que él no debería perderse; cómo anda ahora mismo enfrascado en el ciclo reproductor de un género arcaico de helechos, un asunto tan endemoniadamente esquivo que necesitaba estas vacaciones, salir del laboratorio y del despacho, solazarse la vista con las flores y su sexualidad tan obvia, tan simple. Disculpe, querida.

Pocas semanas después Betty comprobará con sus propios ojos que el laboratorio y el despacho de Holloway son una misma cosa: una habitación de dimensiones humildes, acorde con la asignación económica que la Universidad de Otago concede a su cátedra. Ha bajado de sus montañas y ha seguido al profesor hasta Dunedin. Trabaja como arreglista floral y recepcionista en un hotel donde él conocía a alguien. Los días libres acude de oyente a sus clases, y esta vez todo parece distinto: los espacios cerrados ya no la agobian tanto, y no sabe si lo que ha cambiado es el espacio, que es más distinguido, más británico, o es ella la que ha cambiado. El aire libre y el esfuerzo montañero la han endurecido, han calmado su claustrofobia. Holloway la sigue envolviendo en calidez, la sigue estremeciendo, vuelve la vida un deslizarse. Los domingos es invitada a comer a su casa, donde su esposa Margaret, tan dulce como él, tan difícil de detestar, recibe a los mejores estudiantes del profesor como a sobrinos muy queridos. Él le da la comunión en la catedral, y es voluptuoso, es más que un consuelo sentir que por fin forma parte de una familia.

Luego, en el laboratorio ridículamente austero donde las bombillas se cubren con latas de cacao para facilitar la visión al microscopio, él la introduce en las intimidades de los helechos. Mira, Betty, Psilotum, uno de los dos géneros vivientes de la psilotáceas. ¿Entiendes por qué no había manera de saber cómo se reproduce esta condenada familia? Porque el gametófito, el órgano sexual, es subterráneo y se asocia con un hongo. O sea, que no hace la fotosíntesis. El ser que genera una planta apenas si es una planta. Qué te parece. 

Misterioso, eso es lo que le parece. Sarcástico, un erotismo tan secreto. Inolvidable. Betty jamás podrá dejar de sentir una especie estremecedora de calidez cada vez que su vida se cruce con el Psilotum.


Los botánicos...necesitan salir más con gente cariñosa
 

3 comentarios:

  1. Los botánicos necesitan salir con gente cariñosa. A los botánicos les conviene ser cariñosos y compartir su cariño con la gente cariñosa que ellos necesitan como compañía. Amiga mía. Yo creo que ahí reside el secreto de la botánica: tiene que ser compartida. Yo jamás contaría helechos sin el amor de mis amigos contadores de helechos.

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  2. Ciertas experiencias sólo se disfrutan una única ves (o unas pocas veces), luego ya nada es lo mismo.
    Dicen que a eso hay que llamarle vida, no lo sé.

    Saludos,

    J.

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  3. Ojiplático me he quedao con lo del ciclo subterráneo y la asociación con el hongo!!!
    Vivir para ver! (o No ver, en este caso...)

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