Cuando el levante cortocircuite tu mente,
Betty; cuando las moscas del verano andaluz te hostiguen; cuando en
el aire sólo detectes mierda de vaca o el aliento fétido de la
refinería; cuando un Geoffrey consumido, del mismo color que las
sábanas, te suplique con los ojos que lo liberes de una vez de tu
esperanza; cuando a la hora del whisky no quede en la casa más
compañía que la del dolor de huesos y las últimas chicharras;
cuando huyendo de tus muchos años te refugies en la memoria y te
empeñes en poner una fecha en el envés de tus fotos en blanco y
negro; cuando una negra nostalgia te venza y no sepas flotar en tu
edad dorada y entonces recuerdes lo mejor de tu vida: no te frenes en
Malasia.
No te detengas en las selvas en las que
fuiste única testigo y soberana. En la sonrisa genética de los que
te hicieron cómodos los días. El té de las señoras pudientes. Las
largas horas despreocupadas que tu marido te compraba. Su sombra de
roble y sus carcajadas y su mirada pilla. La armonía posible de la
tierra y los hombres en los arrozales. Tu fuerza y tu independencia y
aquel categórico soltar amarras. Tu cuerpo tuyo, tu albedrío, tus
cuadernos, el mundo reventando en botánica.
No te estanques en tu mito. Retrocede,
Betty. No te pongas aún tu vestido blanco. No seas todavía y casi a
tu pesar una novia. Sáltate la segunda guerra mundial, las
penúltimas batallas con tu madre. No ensayes tu coraza hasta hacerla
más tuya que tu dermis. Vuelve a tu crisálida, al tiempo en que ya
no eras la de ayer pero tampoco la de mañana. Recupera aquella
fragilidad de potro recién parido, la endeblez rebatida por el
empeño de ser tú misma. Recae en la enfermedad de la indefinición,
titubea, duda de tu competencia. Devuélvete a la edad en que eras un
brote tierno, víctima potencial de las fuerzas externas. No prestes
atención al florecer que vendrá, a la madera que endurecerá tus
miembros. Sé arcilla fresca, sé de nuevo vulnerable.
En el barco, dale la espalda a
Wellington, que un terremoto la arrase, que no quede piedra sobre
piedra del Hospital de la Fiebre. Entiende el perfil de la isla sur
como un abrazo, las salpicaduras del mar en la cara, un bautizo.
Siéntate sola en el tren, ave zancuda fuera de lugar, vacilando
entre la sed de aventura y el desamparo. El mundo es demasiado
grande, el viaje demasiado largo, pero qué mundo, y qué viaje.
Habrá momentos en los que estés a punto de bajarte en la siguiente
estación. Te ahogarás sin duda en el trauma de los espacios
cerrados y el cansancio. Pero allá, al fondo de ese apeadero de
ovejas, la tierra se eleva cincelada por los dioses. Aquel tiene que
ser el Monte Cook. Tú exudas romanticismo. Es preciso seguir:
aparear la mirada con el paisaje, emborracharse con el esplendor de
la roca tallada como un diamante. La nieve lejana parece un vestido
de novia, pero qué va, Betty, tú quieres ser una vestal,subirte al
templo de las montañas.
Autoridades de NZ: creo que mi publicidad bien merece una invitación (y un par de kilos de benzodiazepinas) |
Y cuando el tren se detenga finalmente en
Queenstown, observa con ternura a esa criatura inerme, Betty vieja.
Síguela por la ciudad desconocida, al encuentro de desconocidos que todavía la intimidan. Acompáñala en su primera noche en la estación
alpina, rodeada de otras chicas ávidas de sueldo y riesgo, mucho más sueltas que ella. Ámala cuando la veas morderse los
labios, casi sintiendo nostalgia por lo malo conocido. Absuelve su
torpeza, su andar desgarbado en los salones, su ineptitud como
camarera. Cuando haga un gurruño con el delantal manchado de sopa y
se tire boca abajo sobre la cama dura. Cuando una de aquellas chicas
de novela consiga arrancarle unas risas, cuando juntas se beban una
botella extraviada del bar que la otra ha acogido maternalmente.
Cuando en su día libre lo olvide todo y
vaya al encuentro de aquello a lo que realmente vino. Cuando acuda a
la montaña con el mismo apremio y la inquietud de las citas:
entonces mírala con orgullo. Tal vez no sea la mejor Betty, mariposa
por volar, autoridad en las selvas, pero es la primera auténtica.
Vulnerable. Inconcreta. Libre. Una promesa.
Muchas cosas aún por hacer antes de darse por vencido.
ResponderEliminarSi es que pretendemos hacerlo.
Saludos,
J.