Y ahí me tenéis: con la ropa de campo
aún puesta, necesitadas de lavadora y ducha; las manos apestando al
salmón ahumado del bocata; la piel de los labios tirante, las
ojeras, un puro escándalo, rindiéndome al discreto encanto de la
cuadrupedia en el suelo de mi salón igualmente dejado. Cuidadito con
lo que imaginamos. Manos sucias contra sucio suelo, rodillas en el
aire, pies metamorfoseados en pezuñas. Adelanto mano derecha,
adelanto pie derecho. Hago lo mismo con la otra mitad, y más que
avanzar, desando. Algo no me cuadra. Algo sigue fallando. No hace
falta ser un hacha para adivinar qué: mi humanidad está
sobrexcitada como siempre. Soy una ridícula persona que trata de
emular el paso de las bestias, desplazándose no a fuerza de músculo
y reminiscencia innata, sino de lógica y compostura.
Vuelvo a intentarlo. Esta vez acometo en
diagonal: adelanto mano derecha y pie izquierdo, luego alterno.
Siento lástima al imaginar el animal que, con mi tamaño, se moviera
como lo hago. Soy ...un sapo de 55-60 kilos. Y lo intento y lo
intento, hasta que, oh, lapsus, mi opresiva identidad sapiens se
me olvida. Entonces adelanto pie izquierdo, mano izquierda, pie
derecho y su mano. Ahora sí: por fin estoy andando. Quizás con
dudosa distinción. Pero ese es otro concepto humano.
Y qué hago haciendo el chorra, si
debería estar en la cama oliendo a champú y gozando de mi siesta.
Culpa del pundonor: ese punto donde se cruzan las líneas del gusto y
de la insuficiencia. Acabo de volver de la práctica de campo de un
curso de rastreo de fauna silvestre. Moderadamente ofuscada porque mi
inteligencia no acaba de captar las huellas de paso, la mecánica del
movimiento, el dibujo que deja en el suelo un animal que se ha
desplazado. Pero cuando la corteza cerebral se nubla hay otros modos
de intentarlo. Hay profundidad para cavar, bien adentro, más abajo
del género Homo, familia homínidos, orden primates, clase
mamíferos. Casi al fondo, adonde laten no tan dormidos los
arquetipos físicos. Hay, debe de haber, un recuerdo lejanísimo, una
pervivencia. Y si no, nos queda ese comodín llamado empatía.
El rastreo me atrae como me atrae la
escritura. Así de simple. Ambos tratan de componer historias, coser
existencias ajenas a partir de unas pocas pistas. En una vida
mediatizada por tu propia conciencia, sentir curiosidad por el otro
es un forma básica de hambre, sea ese otro tu vecino, el gato de tu
vecino o el ciprés donde se mea el gato. Y para saciar esa hambre la
conciencia sola no basta. Es preciso observar la mirada del vecino e
intentar entrar en la pasión, la apatía o la aflicción con que
mira. Es preciso ponerse a cuatro patas. Tocar la madera de un tronco
y sentir cicatrices.
Creo que sólo así, desconociendo tanto
como desconozco, teniendo tantas lagunas, podré llegar a ser algún
día un naturalista decente.
Y para acabar, ahí va un regalo para la vista. ¿Por qué no se clona hasta el infinito a este tío?
Que bueno!! Vente para la certificación del 29 y así nos conocemos personalmente. Y a Mike todavía no lo hemos clonado, pero lo traemos en junio. Te apuntas?
ResponderEliminarBendito, bendito sea el señor. Tanto el Todopoderoso como ése del vídeo que se contonea, se retuerce, con esa fuerza, ese sigilo esa suavidad, ese flow, ese, ese... Y lo de "animal" será también por los instintos que despierta, ¿no?... Qué cosa...
ResponderEliminarCreo que el contador de visitas del vídeo va a reventar por mi culpa.
EliminarHuuuy, huuuuy, que me busco un boli rojo y lo apunto en la agenda en caracteres tamaño 40...
ResponderEliminarEsto era para Entrenamientonatural!
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