sábado, 18 de marzo de 2017

Animal flow

Y ahí me tenéis: con la ropa de campo aún puesta, necesitadas de lavadora y ducha; las manos apestando al salmón ahumado del bocata; la piel de los labios tirante, las ojeras, un puro escándalo, rindiéndome al discreto encanto de la cuadrupedia en el suelo de mi salón igualmente dejado. Cuidadito con lo que imaginamos. Manos sucias contra sucio suelo, rodillas en el aire, pies metamorfoseados en pezuñas. Adelanto mano derecha, adelanto pie derecho. Hago lo mismo con la otra mitad, y más que avanzar, desando. Algo no me cuadra. Algo sigue fallando. No hace falta ser un hacha para adivinar qué: mi humanidad está sobrexcitada como siempre. Soy una ridícula persona que trata de emular el paso de las bestias, desplazándose no a fuerza de músculo y reminiscencia innata, sino de lógica y compostura.

Vuelvo a intentarlo. Esta vez acometo en diagonal: adelanto mano derecha y pie izquierdo, luego alterno. Siento lástima al imaginar el animal que, con mi tamaño, se moviera como lo hago. Soy ...un sapo de 55-60 kilos. Y lo intento y lo intento, hasta que, oh, lapsus, mi opresiva identidad sapiens se me olvida. Entonces adelanto pie izquierdo, mano izquierda, pie derecho y su mano. Ahora sí: por fin estoy andando. Quizás con dudosa distinción. Pero ese es otro concepto humano.

Y qué hago haciendo el chorra, si debería estar en la cama oliendo a champú y gozando de mi siesta. Culpa del pundonor: ese punto donde se cruzan las líneas del gusto y de la insuficiencia. Acabo de volver de la práctica de campo de un curso de rastreo de fauna silvestre. Moderadamente ofuscada porque mi inteligencia no acaba de captar las huellas de paso, la mecánica del movimiento, el dibujo que deja en el suelo un animal que se ha desplazado. Pero cuando la corteza cerebral se nubla hay otros modos de intentarlo. Hay profundidad para cavar, bien adentro, más abajo del género Homo, familia homínidos, orden primates, clase mamíferos. Casi al fondo, adonde laten no tan dormidos los arquetipos físicos. Hay, debe de haber, un recuerdo lejanísimo, una pervivencia. Y si no, nos queda ese comodín llamado empatía.

El rastreo me atrae como me atrae la escritura. Así de simple. Ambos tratan de componer historias, coser existencias ajenas a partir de unas pocas pistas. En una vida mediatizada por tu propia conciencia, sentir curiosidad por el otro es un forma básica de hambre, sea ese otro tu vecino, el gato de tu vecino o el ciprés donde se mea el gato. Y para saciar esa hambre la conciencia sola no basta. Es preciso observar la mirada del vecino e intentar entrar en la pasión, la apatía o la aflicción con que mira. Es preciso ponerse a cuatro patas. Tocar la madera de un tronco y sentir cicatrices.

Creo que sólo así, desconociendo tanto como desconozco, teniendo tantas lagunas, podré llegar a ser algún día un naturalista decente.

Y para acabar, ahí va un regalo para la vista. ¿Por qué no se clona hasta el infinito a este tío?

 

5 comentarios:

  1. Que bueno!! Vente para la certificación del 29 y así nos conocemos personalmente. Y a Mike todavía no lo hemos clonado, pero lo traemos en junio. Te apuntas?

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  2. Bendito, bendito sea el señor. Tanto el Todopoderoso como ése del vídeo que se contonea, se retuerce, con esa fuerza, ese sigilo esa suavidad, ese flow, ese, ese... Y lo de "animal" será también por los instintos que despierta, ¿no?... Qué cosa...

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    1. Creo que el contador de visitas del vídeo va a reventar por mi culpa.

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  3. Huuuy, huuuuy, que me busco un boli rojo y lo apunto en la agenda en caracteres tamaño 40...

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