sábado, 3 de diciembre de 2016

La excepción, aquí al lado (4)

De todos los desaires, las insinuaciones o los desprecios abiertos que acompañaron al hallazgo de Psilotum nudum, el que más dolió a Betty fue un comentario que leyó en la primera carta al respecto de su antiguo mentor Eric Holttum. Se sentía mezquina al irritarse por aquellas escasas palabras que se grabaron en su mente como un esguince mal curado, porque ¿quién podía pensar que tuvieran la menor intención maliciosa? Holttum ni siquiera había expresado una apreciación propia, sino que se limitó a trasladarle la ocurrencia de su compañero Richard Meikle. Su hipotético especimen de Psilotum, ¿no podría tratarse más bien de alguna especie de euforbiácea con las hojas muy pequeñas? Por supuesto que era estúpido darle la menor importancia a esa sospecha inocua, pero en toda mente hay trampas activadas dispuestas a saltar en cuanto se rozan. Betty merodeaba a menudo en torno al paisaje en donde estaban colocadas, y siempre terminaba cayendo en ellas. ¿Qué demonios se creían esos endiosados botánicos titulares de los Kew Gardens? ¿Que no sabía distinguir su mano izquierda de su mano derecha? Una euforbiácea...Ya puestos, ¿por qué no confundir el Psilotum con un geranio sin flores? Y Holttum la conocía bastante. Había sido tan amable con ella dejando que pasara horas muertas en el Jardín Botánico de Singapur que dirigía. Habían herborizado juntos tantas veces en la selva. ¿Y acaso no había colaborado ella en su obra sobre los helechos de Malasia? Que no hubiera sabido guardarse para sí esa insinuación ridícula la molestaba más que los ataques de unos catedráticos españoles que al fin y al cabo no la conocían de nada. Una gota de la grosería de estos se había mezclado con la tinta de Holttum, y amenazaba ahora con amargar la dulzura de sus mejores recuerdos asiáticos.

Pero es que aquella anotación a vuelapluma que hizo Betty en su cuaderno causó un buen revuelo al cabo de unos meses. Su método de campo era simple. Andaba, observaba, reconocía. Apuntaba con una letra imposible lo sabido y lo ignorado. Su biografía la había llevado a saber tan íntimamente acerca del Psilotum que la sugerencia de que podía haberse equivocado de esa manera burda la indignaba. Pero lo que desconocía entonces, aquel soleado día de febrero de 1965 y frente a aquella laja de arenisca, es que la población más cercana de aquella especie se encontraba ni más ni menos que en Cabo Verde. Fue más tarde, al volver a casa y abrir sus manuales de flora, al consultar todas las listas publicadas de especies con las que cotejaba sus observaciones, cuando empezó a comprobar que en ninguna de ellas se hacía mención alguna a ese helecho con el que tantas veces se había encontrado... en las selvas tropicales de Asia o en la misma Nueva Zelanda.

No fue hasta mayo cuando se atrevió a hacer las primeras consultas serias a las autoridadades científicas. He visto esto y no encuentro referencia alguna en la Flora Europea, escribió al director de los Reales Jardines Botánicos de Kew, en Inglaterra: la corte donde se codea la aristocracia de los vegetales. No hicieron falta muchas más búsquedas en bibliografías y herbarios para legitimar que, efectivamente, Betty no había encontrado la referencia que buscaba porque acababa de descubrir la única localización europea de aquel helecho inaudito. Tan primitivo. Tan de otro mundo. Ni rastro de él en las húmedas Azores, en Madeira, en las laurisilvas de Canarias, en esos paisajes tenebrosamente verdes y sinuosos que a la imaginación le cuesta encuadrar en el territotio más civilizado del planeta. Ella fue a encontrarlo al sur de la provincia de Cádiz. Allí donde los restos de la Historia se hacinan seguía habiendo terra ignota.

El descubrimiento de Psilotum nudum en Los Barrios añadió una nueva clase al árbol taxonómico de los helechos de Europa. Eso a los profanos no nos dice mucho. Entendemos, eso sí, que al censo del continente que más se ha mirado al ombligo se le sumaron de golpe nuevos nombres. Que una improbabilísima parcela de territorio salvaje se urbanizó de conocimiento humano. Que todavía entonces, y quién sabe si todavía ahora, podías emprender una suerte de expedición a la vuelta de tu casa. Pero por encima del apego científico a la ultradefinición del mundo, a la pormenorización de la realidad, a individualizar hasta el último elemento ínfimo del paisaje, el hallazgo de Betty Molesworth corroboró un relato de la historia natural de Europa: una vez, mucho antes de que la evolución diera algún fruto remotamente humano, por aquí fuimos trópico. Después las glaciaciones nos borraron las selvas, pero un reducto mínimo de lo que aquel paisaje tremendo pudo haber sido se refugió en algunos rincones boscosos desde los que, si te sitúas a buena altura y las nieblas del Levante no lo impiden, puedes ver las columnas de Hércules. Gibraltar, Algeciras, la refinería. El espejismo que llaman África. Cientos de barcos.

Era un hallazgo demasiado jugoso como para que una extranjera ajena a la academia se lo adjudicase fácilmente.

3 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Bueno bueno, esto va cogiendo forma...

    ;-)

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    1. Ahí voy, muchachote. El hipo también es una forma. Hasta lo informe es una forma.

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