Tienes el cráneo igual de transparente
que las pupilas. Los chicos siempre me dicen: vaya par de ojos azules
que tiene tu madre. Y yo he pasado de querer partirles la cara a
sentirme orgulloso, a guardarme para mí el secreto de que, si los
miras según qué ángulo, tus ojos en realidad parecen blancos. Pues
igual tu frente. No me cuesta saber lo que estás pensando. ¿Te
acuerdas en el velatorio de papá, cuando por fin me atreví a
decirte que había echado la preinscripción en la Escuela de
Periodismo? Pues aunque supiste poner la cara de decepción que
tocaba, porque eso suponía que te iba a dejar tirada con el
restaurante, yo sé de sobra que por dentro estabas haciendo palmas.
Loca de contenta de que tuviera un proyecto de vida. Créeme: veo tus
pensamientos como a peces en una pecera.
Ahora sé, por ejemplo, que tras la
excitación de volver a poner todo esto en marcha, te angustia la
idea de estar timando a los clientes. Te avergüenza tener que
cobrarles por tan poco como crees que ofreces. De primero, tus
famosas patatas asadas. De segundo, lomo en salsa. Nada de opciones,
ninguna cosa que no se pueda preparar de antemano. Pero qué vamos a
hacerle. Allá donde pisas hay una trampa puesta por tu marido. El
pobre no terminaba de creerse que los proveedores no eran exactamente
sus colegas. Ya habrá tiempo de pensar en pasteles salados y lechuga
fresca cuando las cuentas cuadren.
Amarás a National Geographic sobre todas las cosas. |
Pero no te preocupes. Tienes el cielo de
tu parte. Completamente blanco. ¿Sabes qué temperatura hace ahí
afuera? Dieciocho bajo cero. He estado jugando en la calle a ver qué
figuras adoptaba mi aliento. Como la gente hace con las nubes. Oye, y
barro por todas partes. Vamos a tener que darle un buen fregado a
esto cuando todos se marchen. Porque van a venir, que no te quepa
duda, y van a dejar en tu suelo la media montaña que traerán pegada
a las suelas. Entrarán maldiciendo y frotándose las manos. Dirán
que tienen escarcha en vez de sudor, y lodo en las venas en vez de
sangre. Y cuando huelan la comida de la que te avergüenzas, ya no
querrán marcharse. Cruzar tu puerta es ser perdonado de la
intemperie.
Se quedarán extasiados al ver la
mantequilla derretirse, como si la menor demostración de calor les
pareciera un milagro. Las feas patatas les traerán recuerdos de
hogueras de hace muchos años, noches de historias de miedo,
excursiones por el río en las que empezaron a actuar como hombres. Y
las nueces de tu carne en salsa... Sabes que todo el mundo tiene un
nogal en su parcela. Es como el protector de la casa. Todos llevan en
sus cromosomas un mantel de hule y unos granos de arroz en el salero.
Tu cocina es la de toda madre y toda abuela.
Todos te guiñarán un ojo en broma
cuando les traigas un café y el pedazo de tarta. Han sido sus
mujeres las que te han regalado calabazas y manzanas para hacerla.
Todos preguntarán como caballeros viejos si la reproducción de
Vermeer en la pared es tu retrato.
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