domingo, 6 de marzo de 2016

Salir al recreo

 
El sol engañoso ahí fuera. Irrebatible, pero incapaz de calentarte la espalda. Hoy sólo es un espectáculo para la vista. Una de esas criaturas bellas que nunca se dejarían ver en zapatillas de estar por casa. El aire viene fresco, y mis pies lo saben y por eso me he encerrado en mi cuarto. Desde la ventana miro mi cuartilla de mundo. Los colores exacerbados. Como si todas las cosas, las plantas y el cielo y el mar al fondo, andaran con fiebre.

A veces una ventana es más que una ventana. A veces es un cuadro valioso al que no te dejan acercarte. O un recuerdo del patio de recreo visto desde el aula donde te fustigan con matemáticas. Para mí hoy es una bola de cristal, una especie de oráculo. Miro y le pregunto a la ventana qué lugar me corresponde de veras. El mundo de los colores donde te hielas de frío y no se te arropa, o la habitación cálida. El interior o los espacios sin techo. Las palabras o el viento y los pájaros.

Pero nada de lo que veo me responde. Se supone que tengo que encontrar dentro de mí la respuesta. Una respuesta sincera. Algo parecido a: no quiero estar encerrada. No quiero seguir arrullándome aquí adentro, agarrada a mis costados. Escribir no sirve de nada.

Y mira que había pensado que podría empezar algo. Quería ir apuntando el avance natural del año. En el centro de visitantes de la Sierra de Segura vi una cosa bonita. Doce paneles de madera que se pasaban como las páginas de un libro y describían lo que en doce meses ocurre en la naturaleza. Una cosa tan sencilla y corriente pero que requiere una atención tan exquisita. Mayo: paren las corzas y siguen en flor los ojaranzos. En cuanto lo vi quise imitarlo. Con mis propias observaciones. Con lo que habitualmente paso por alto por muy sabido o por prisas. Cuándo ves el primer abejaruco. Qué día exacto te das cuenta de que ya va amarilleando el jaramago.

Empezó enero y yo ya no me acordaba de mi calendario. El año nuevo continuó con miopía. Pero un momento: quién dice que hubiera que empezar ahí obligatoriamente. Yo llevo días sorbiéndome la nariz y con estornudos. Está claro que algo está comenzando. La naturaleza debe empezar a contarse en primavera, con los primeros brotes, las primeras indecisiones entre calidez o frío, las primeras fiebres. Los primeros síntomas de que tu cuerpo interactúa con lo que lo rodea. Y ayer estuve en el campo y vi las primeras flores de jara, atrevidas como pezones al aire. Me emborraché con el olor a miel de los jérguenes. Me acordé de cuando empecé a trabajar y llegaba a mi casa pringosa y arañada. Señalada por el roce con las plantas. Todo comenzaba.

Todo sigue comenzando y no hay buenas palabras para explicarlo. Mi sitio está ahí afuera. Escribirlo no sirve de nada.

4 comentarios:

  1. Sirve, vaya que sí. Nos sirve a los que vamos por el mundo, casi todo el tiempo, con anteojeras.

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    1. Entonces me quedo un poquito más conforme. Muchas veces no le encuentro mucho sentido a este parloteo. Pero sigo. No todo tiene que tener explicación.

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  2. A mí el frío y el no poder salir a la calle ni a dar un mísero paseo me ha ido quitando progresivamente las ganas de todo, las ganas de crear, de sacar cosas de la mochila... Ahora que parece que vuelve la luz, que el aire ya no corta, que empiezo a asomar el morro en los bosques: ¡milagro! Han vuelto las ideas y las ganas abstractas de cambiar algo.

    Algunas somos de ahí afuera. Está más que claro.
    Un abrazo gordo gordo.

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    1. ¡Osa saliendo de la osera! Me cuesta muchísimo imaginarte sin ganas y confinada entre paredes. Tú tienes la cabeza al raso aunque te encierres.

      Y otro el doble de gordo para el doble de frío.

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