domingo, 7 de febrero de 2016

Selfie


Algo que me asombra de la fotografía es su espíritu de hechizo: que el clic sea una palabra mágica con la que encantar el mundo y congerlarlo como en los cuentos o los juegos infantiles. Ahí tienes tu foto: un trocito de historia a la orilla del tiempo, puesto a recaudo de los rápidos, las pirañas y los gusanos. Algo levemente inquietante como encontrar tus dientes de leche en una caja de cerillas. Antes o después, siempre termino prestando menos atención al instante salvado que a los que pudo tener por detrás y por delante. Me cuesta no dibujar en torno al beso cristalizado, la mirada de desconcierto que durará para siempre, las manos que se agarran sin fin a algo. Trato de desenganchar el momento quieto de las redes. De deshacer el encanto.

Quizás por eso me apacigua la fotografía del paisaje, sin animales, sin el exhibicionismo del objetivo macro: porque lo duradero viene ya de serie en lo fotografiado; porque el flujo que detienen esas fotos se mide a una escala indetectable por el ojo humano.

Y sin embargo, muchas veces me sorprendo queriendo congelarme. Seguro que a ti también te pasa lo de pensar ojalá tuviera una cámara ahora mismo. Ojalá pudiera atrapar una pompa de jabón en una jaula, meter en una caja de cerillas este instante. Ojalá el acto atolondrado de levantarme al son de ¡las croquetas se enfrían! no disipe para siempre la visión de mis piernas en alto, apoyadas en la puerta abierta de un coche. ¿Puedo guardar también esto? ¿Me dirá algo significativo esta foto de aquí a unos cuantos años?

Adoro refugiarme en mi coche cuando hace sol, pero también demasiado viento como para leer al aire libre. Me hace sentir una niña en un sótano o en su casita del árbol. Por el hueco de la puerta veo centellear el olivo con la luz minuciosa que trae el Poniente. Tréboles en el suelo. El estampado vegetal de mis mallas, no tan rococó como la porción de huerto que se intuye en tercer plano. Me parapeto tras un sombrero de paja porque ando un poco obsesionada con la perfidia de las radiaciones solares. Tengo el libro que se ha adueñado de mi voluntad en el regazo. Llevo todo la mañana leyendo a contrarreloj, porque mi madre lo sacó de la biblioteca, ella me lo ha pasado como un camello, y yo no puedo llevármelo a Granada esta tarde. No he hecho sentadillas ni flexiones, no me he duchado, no la estoy ayudando en la cocina. Leo con apremio porque mi vida me acosa, y yo quiero que se interrumpa un instante para zambullirme en otra historia.

Y a la vez quisiera hacer clic justo ahora para que la dicha de mi propia historia dure.

2 comentarios:

  1. Fotografía, libros y paisaje. ¡Joder que buena combinación!

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    1. Súmale buena compañía y unos pepinillos gordos rellenos de boquerones en vinagre. No sé por qué no me dan alguno premio de coctelería.

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