domingo, 28 de febrero de 2016

A buen entendedor

 
Imagina que tu padre murió hace dos meses, y que estás enredado en la maraña de operaciones mezquinas que acarrea el desguace de un ser humano. Ya sabes: Registro Civil, seguridad social, impuestos de sucesión, Hacienda. Jamás pensaste que morirse fuera mucho más fácil que ser declarado oficialmente muerto. Imagina tu estado de ánimo mientras esperas a unos cuatro cuerpos del funcionario. Tu dolor de huérfano casi sofocado por la vergüenza. Sobre las rodillas aguarda tu carpeta de documentos. El nombre de tu padre en todos ellos, y tú a punto de borrarlo. Cuando todo esto acabe serás el titular de sus bienes y cuentas corrientes. Abyecto.

Imagina que por fin es tu turno. El funcionario es una persona correcta que esboza una necesaria sonrisa de engrase. Y tú, a la mínima señal de calidez, serías capaz de quebrarte. Podrías abrir los ojos como Candy Candy. Decir mi padre está muerto con la boca blanda. Pero al funcionario le quedan todavía cuatro operaciones del mismo tipo mezquino antes del desayuno. Hunde su promesa de calidez entre los papeles de tu padre. Y empieza a hablarte. Crees que te está pidiendo algún otro documento. Pero no lo entiendes del todo. No es que estés decepcionado. Al fin y al cabo la gente hace su trabajo. Todos los días se muere el padre de alguien.

¿Cómo?, preguntas. El funcionario repite su letanía de manera aún correcta. Y tú sigues sin pillarlo. Pides que te lo repita nuevamente. En vano. Y entonces te das cuenta de que te está hablando en otra lengua. Quizás en otra ocasión habrías comprendido a la primera. Pero hoy... Es la carpeta, el nombre a punto de ser borrado, la parcela que compró tu padre con los ahorros de veintitrés años. En condiciones normales te manejas en la lengua en la que te están hablando de modo más o menos aceptable. Pero esa no es tu lengua materna. Balbucear sólo sabes hacerlo en la lengua que hablabas con tu padre.

Imagina que con un resto de decisión cada vez más sucio de vergüenza, le pides al funcionario que si es tan amable utilice esa otra lengua. En ningún momento ha dejado de ser correcto, así que ahora repite la lista de lo que te falta en perfecto castellano. Jurarías que con acento almeriense. Estás perplejo. No contabas con las tres operaciones mezquinas adicionales que esa lista acarrea, pero no es eso. Has tenido que solicitar expresamente el uso de un idioma que compartís ambos. Te ha costado tres preguntas, tres, enterarte de lo que decía un tipo que se daba perfecta cuenta de tu aturdimiento.

Imagina ahora que tu padre no se ha muerto, sino que estás en el médico porque has perdido la fuerza en los brazos, y que hasta que no le pides al médico que te hable en castellano no te enteras de que te está preguntando si has sufrido desmayos o dolores de cabeza.

¿Te cuesta imaginarlo? Lee entonces esto. Y dime si no te parece una práctica totalitaria que una administración meta sus tentáculos en las bocas y dicte en qué lengua ha de entenderse la gente.

2 comentarios:

  1. Anónimo entre comillas29 febrero, 2016 23:23

    Cuesta mucho creer que los que se consideraron víctimas de esa práctica totalitaria durante tantos años, la apliquen exactamente igual, pero a la inversa. ¡Qué ceguera!

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