domingo, 17 de enero de 2016

Caer en lo básico

 
No puedo dejar de dormir. De noche, de día. Sin sueños ni interrupciones. El coma sube imperceptible e inexorable como la marea y luego baja, y me deja igual que cuando el mar se retira, con algas mojadas en los ojos y pozas de somnolencia. Soy un bebé, soy un gatito, soy una piedra. Mi cuerpo anda a la gresca con un resto de voluntad humana que se empeña en arrancarme la manta.

Y después, cuando lo consigue, no puedo dejar de hacer comida. Una espesa sopa de calabaza y pollo que huele como si, a modo de El Perfume, hubiera destilado el regazo de una abuela. Calabacines y cebolletas melosos como novias colombianas. Más pollo, puesto a marinar esta vez en naranja y miso. Bailas asadas que saben a rescoldo de verano, toallas de playa meciéndose en el tendedero, hombros calientes, labios salados. He cocinado para tres días o para tres casas, y si no tuviera ya los dedos arrugados de tanto enjuagarme las manos, metería la cabeza en la nevera y no pararía hasta agotar las posibibilidades de la combinatoria de alimentos.

Pero como también me gustan las cosas crudas, no puedo dejar de leer a Steinbeck. ¿Me pongo pesada? ¿Pueden seguir llamándose “declaraciones” a las manifestaciones repetidas de arrobo? Yo creo que sí. Cada vez que te enamoras parece siempre la primera. Cada gota de entusiasmo retrasa el reloj de tus células. Pone el contador de tus percepciones a cero. Me gusta Steinbeck porque:

Huele. A chapa caliente, a restos de bebida en los vasos que se abandonan en los bares. A cieno. A pintalabios barato. Al mar que no se ve y empapa el alma.

Es un coleccionista de afueras. Sabe seguirle el compás a los movimientos naturales.

Es un arca de Noé lleno de animales callejeros, chorreantes, interesados, ávidos de cariño.

Derrocha inocencia en cada personaje que reincide en su luminosa torpeza.

Corta el mundo según un patrón de amistad.

Se columpia en la imposibilidad de futuro.

Camufla perfectamente de simplezas lecciones de sabiduría como que sólo los tontos encienden grandes hogueras.


Así que, muchachas y muchachos, leed Cannery Row. Dormid y cocinad sin cuento. Dejaos caer en lo básico.

Y por aquí se mueve toda esa gentuza borracha y amable de Steinbeck. Gracias por la foto.

3 comentarios:

  1. Madre mía comolo vendes todo, el libro, la vida, ese maldito sueño que tampoco a mí parece dejarme despertarme tranquila... Gracias!

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    1. Pero si soy un desastre en asuntos pecuniarios y nunca me acuerdo de los precios: no vendo nada. Lo regalo!!
      Gracias a ti, chata.

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  2. que curioso que la vida te regale algunas oportunidades y luego te las arrebate de manera drástica sin esperártelo

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