Cumplo otro año, y sigo sin poder
arrancarme la sensación de que mi juventud se estancó al principio,
se quedó varada y sigue aleteando en una orilla sin fondo, incapaz
de nadar mar adentro y de alejarse del número de años que tengo.
Hago cuentas, y me siento tan novata o tan intacta como hace diez o
hace veinte.
Pero es una sensación falsa. Un amaño
de mi modo de desentender el tiempo.
Porque, madre mía, cómo ha ido
cambiando el contexto. Y con cuántas capas de abrigo he ido
arropando a esa principiante que realmente soy. Tengo anillos como
un árbol. Cuéntalos si me derribas. Algunos son anchos, otros son
estrechos, según la bondad relativa del medio. Me adapto a él como
puedo.
Hace diez años, por poner un ejemplo
idiota, no había grupos de whatsapp. Que los espíritus
austeros sigan gimiendo de nostalgia. Oh, sí, las relaciones han
perdido peso. La inmediatez nos aupa a un carrusel de caballitos
borrachos. Agarráte bien si no quieres salir despedido. Hace como
diez años, en un día como ayer, mis parientes y algún amigo me
llamaban para felicitarme. Me dedicaban esa pequeña porción de su
tiempo. Si son como yo, hacían un esfuerzo. Ahora me mandan un breve
mensaje de texto con un montón de muñecos besucones y serpentinas
que estallan.
Y yo digo: bendito sea el whatsapp.
Hace unos diez años el teléfono arañaba
el aire como una tiza sujeta con saña. Tenía que dejar lo que
estaba haciendo para no ser maleducada. Anotaba mentalmente cada
cliché con ternura. Las bromas blancas acerca de la cuesta abajo,
los buenos deseos, la enumeración cada vez más corta y pragmática
de regalos. Cada vez colgaba el teléfono con peores presagios. Había
que volver a empezar desde cero una amistad que no despegaba. Cada vez estaba más
lejos de la persona que tenía al lado.
Hace como diez años, Lisboa deslumbraba
y la persona en cuestión sonreía lateralmente, como si
tuviera una cicatriz de navaja en el labio. Después de unas cinco
llamadas preguntó si es que mis familiares estaban preocupados. Si
se estaban asegurando de que no flotara ya boca abajo en el río que
no lo parece. Se había olvidado de que era mi cumpleaños, y yo no
me atreví a recordárselo. Por la cara que fue poniendo, se pensaría
que cumplía siete.
Hace todo ese tiempo, me terminó
doliendo cada telefonazo. Cada uno de los kilómetros que me separaba
de la gente que sí me quería. El día anterior había conducido
setecientos para pasar una semana con la persona de la sonrisa
homicida. Me quedaban seis días por delante, y no fui capaz de
irme con viento fresco a comer açorda y mirar gaviotas desde
los acantilados. De verdad parecía que tuviera siete.
Y ahora... Las felicitaciones por
whatsapp son una chiquillería dulce que impide que la
distancia haga daño. Nada de voces sin boca para besarte. Ahora
he aprendido de manera instintiva a estar cerca de lo que me
importa, como sea. Qué distinta, y qué viva. Qué mayor soy ahora.
"Mira por dónde anda ahora la muchacha triste que nos hizo esta foto." |
Felicidades, bonita mía.
ResponderEliminarGracias a ti por llevar aquí más de un cumpleaños, fiel Ficticita.
EliminarSin caritas sonrientes ni serpentinas, pero también por mensaje: ¡¡felicidades!! Un abrazo grande y fuerte, amiga. Ahora, mientras cocino lentejas en el frío polar, pensaré un rato en esos anillos de vida. Gracias.
ResponderEliminarOh, gracias a ti, por dedicarme la palabra más bonita del diccionario. Amiga. Ñam, lentejitas. Un besazo.
Eliminar