domingo, 27 de septiembre de 2015

Ayer yo era joven y lista

 
Mi padre no cuenta muchas cosas sobre su propia experiencia, y por eso, lo poco que consigo arrancarle ya no se me olvida. Como lo de los ojos rojos de su padre, cerrado como un hueso de chirimoya, más hermético que él todavía, cuando lo vio escribir su nombre por primera vez. Mi abuelo, hombre que no sabía leer más que surcos y vientos, que no es poco, se emocionó al comprobar que su hijo iba a tener una firma. La primera piedra de un futuro sin tierra bajo las uñas.

Me he acordado hoy de ellos porque a mí ningún hijo va a resarcirme. No voy a tener que disimular el orgullo de verme superada por mi prole. Y es que yo soy analfabeta también .

Llevaba intuyéndolo desde hace un tiempo, pero sólo ayer lo supe. Me creía aún con derecho a considerarme joven, pero es evidente que mis articulaciones mentales no son ya tan flexibles. Hay mundos a los que no puedo saltar de un brinco. No soy capaz de ir mucho más allá de lo analógico. No sé estampar una firma digital en documentos que, liberados del papel, me cuesta no considerar ficticios.

Sí, ya sé.

Sé que no hay una realidad tangible. Que la materia que se opone a lo virtual no es sólida y que está prácticamente vacía. Que la visión y el tacto son un puro compromiso.

Sé que estas palabras que escribo nunca ocuparán el menor espacio. Que lo que siento o percibo pasa, con suerte, de mi cerebro a tu cerebro sin intermediarios. Que en cuanto se disuelva en el fragor de tu mente, mi huella dudosa quedará flotando en un no-lugar que no comprendo del todo.

Sé que me he apartado de la orilla de lo físico y que estoy en medio de un puente que no me ofrece confianza. Me he metido en lo virtual hasta el tobillo y doy pasos cortitos por si el agua me cubre de pronto.

Sé todo eso, pero no me sirve. Internet escribe con signos que no descifro. En él se hacen cosas para las que no estoy naturalmente dotada: escribir a cuarenta manos al unísono, vivir treinta vidas distintas sin salir de casa. No puedo conducirme a su velocidad, ni digerir su exuberancia. No trabajo en continuo: mi mente sólo maneja paquetes de información discreta. No sé vivir sin respetar los ciclos de actividad y descanso. No me acostumbro a la voracidad de las novedades. No me actualizo tan rápido.

Sólo puedo poner dos equis debajo de esto que escribo, porque no me sale una firma que me represente en los mundos virtuales. Decir “mundos virtuales” es ya de por sí anacrónico, porque la frontera entre lo virtual y lo físico ha dejado de estar clara. Hay tipos de futuro que quizás ya no puedan ser míos.

3 comentarios:

  1. Y para qué las prisas en hacer nuestras las novedades? Siempre habrá unas cuantas que desconozcamos.

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    1. ¿Unas cuantas? Jojojo. Que no es que tenga yo esa ansiedad de querer verlo to-do, pero hay ocasiones en las que asomas la nariz por una ventana de internet y te sientes un irreductible galo, léase "cateto".

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  2. ¿Qué hay de malo en ser "galo" ? Lo que sobran son "listos".

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