A veces una se divorcia de su contexto un
rato y se descubre haciéndose preguntas tontas. Ahí me tienes, una
de la tarde, junto a un cortijo en ruinas, otro día en que el calor
no por redundante se hace más verosímil. En mi canalillo se podrían
cocer macarrones. Y en lugar de cuestionarme si lograré driblar a la
lipotimia de nuevo, me veo pensando en si una mano puede ser
inocente. Verano del infierno.
Tengo el brazo metido casi hasta el codo
en una caja llena de garras y picos. No te fíes nunca de un
mochuelo, eso es lo que hoy he aprendido. Con su ceja blanca de viejo
maestro con narcolepsia, con su contemplar indulgente de las cosas
humanas. A mí me encantan. Y eso no lo cambia el hecho de que carezcan de modales en las distancias cortas.
Gracias, señor fotógrafo |
Yo trato de ser comprensiva. Disculpo los
mordiscos, el bufido que casi consigue intimidarme. Porque hay
terrores que todas las especies compartimos. Imagina que te meten en
una caja opaca junto a cuatro desconocidos. Imagina que cada tanto
tiempo la caja se abre por arriba, la luz te ciega, y una mano tan
grande como tú agarra al que se arrebuja a tu lado. Nunca más
volverás a verlo. Sabes que a ti te tocará tarde o temprano.
Y a este mochuelo matón le ha tocado. Es
hora de regresar al olivo, amiguito. De buscarte sustento y pareja.
De ser testigo de un mundo rural que se desmorona. De poner en cada
atardecer una pose mitológica. La dura y envidiable vida del animal
libre. ¿Y te resistes?
De verdad que procuro no hacerte daño.
Estate quieto y acabamos con esto rápidamente. Por favor, no te
pongas otra vez boca abajo. ¿No entiendes que no puedo abrir la caja
del todo? No quiero que tus dos amiguitos se escapen. ¡Pajarraco del
carajo! Eso ha dolido. A ver si con la tontería no te parto una
pata. Al menos espero que de esta refriega los dos aprendamos algo.
Tú, que a veces lo mejor es no moverse
para que sea la libertad la que venga a nosotros, en vez de
destrozarnos persiguiéndola.
Yo, que igual que la prisa es tóxica,
también lo pueden ser los remilgos. La delicadeza. La aprensión del
daño que puede acarrear un movimiento mal ejecutado. A veces lo
mejor es hacerlo a bruto y sin pensarlo. Devolverle a la mano su
inocencia. Olvidar que puede lastimar y ser lastimada.
Hacer lo propio con el resto del cuerpo.
Con la cabeza.
jo... qué envidia me das.
ResponderEliminarEl penúltimo párrafo me ha recordado -por ejemplo- en la mejor forma de quitar una tirita...
ResponderEliminar