Me parece que fui un poco torpe al cerrar
el post anterior. Pienso que, al compartir el enlace a la reseña de
aquel documental llamado El impostor, privé al que tuviera a
bien leerla – y leerme - de la experiencia de virginidad y sorpresa
de la que hablaba en esa ocasión. Resulta que las reseñas son como
ir de tapas cuando te espera la comida hecha en casa. Una tapa a la
hora de la penuria te recompone la mente y te permite seguir tirando.
Más de una te desbarata los planes: o te comes después tu puchero
con asco anoréxico, o se te llena la panza de un batiburrillo que,
más que alimentarla, la ensucia. Así que mi política al respecto
es la siguiente: nada de tapas. Si acaso, una, como mucho. Y nada de
reseñas. Si acaso, el buen criterio histórico de alguien que ordene léelo/ve a ver esto, sin más razonamiento ni literatura.
Y teniéndolo tan claro, enlacé una
reseña que, desde mi punto de vista del visionado salvaje, dejaba el
documental en ropa interior. Si la leísteis, ya sabéis demasiado.
Vuestra atención está sesgada. Habéis perdido el candor. Mea
culpa.
Aunque reconozcámoslo: ¿quién se lee
de cabo a rabo cada enlace con que se topa en un post? Si andabais
escasos de tiempo y habéis tenido a bien leer en zigzag como yo,
vuestro hipotético buen rato de sofá y peliculita está salvado. Me
meto un puñado de almendras en la boca para tapiarla y que no salga
más palabra.
Pero dejadme que os diga sólo esto: esta
historia no va o no va sólo de mentiras y de usurpación, sino de
ese raro talento que tienen algunos para dedicar toda su fe y sus
recursos mentales a la elaboración de mentiras tan íntimas y
perfectas que terminan convirtiéndose en verdades. A veces esas
verdades postizas se desbaratan con el tiempo o pieza a pieza van
siendo desmontadas. Otras cuajan como un huevo, y ya no hay manera de
que vuelva a recuperarse la realidad previa a su creación.
Escribo esta anti – reseña y me doy
cuenta de que la impostura tampoco es un talento tan raro. Quién no
arrima ficciones a su propia historia. Quién no está dispuesto a
creerse su falsificación. Yo, por ejemplo, intento convencerme cada
día de que tengo una vitalidad mayor de la que me calculo. De que
escribir me importa radicalmente. De que lo hago bien y de que soy
capaz de emprender proyectos capaces de generar ilusión. De que
tengo ese algo. Esa chispa eléctrica, esa potencia. De que
soy capaz de crear buenas cosas. De que no puedo ser completamente
invisible. De que, escriba o no escriba, tengo algún don.
Con una fe de ese estilo, la cara
maquillada termina resultando más sincera y convincente que la
limpia. No hay quien desmonte ya la impostura. Así es como uno se
termina convirtiendo en la suma de sus mejores mentiras.
Aquí mi mala memoria ayuda a que las reseñas que leo no estropeen una mirada virgen; solo me animan a dar -o no- el primer paso.
ResponderEliminarLo que dices en el penúltimo párrafo no me parecen imposturas, más bien chispazos de ilusión y embellecen la vida, vaya que sí, como el mejor y más natural de los maquillajes.
La impostura es verdad: la naturaleza lo demuestra a cada paso. Ahí están las orquídeas que imitan a insectos lascivos, y las ranas inofensivas que avisan de su falso peligro con colores amarillos.
EliminarMe iré al enlace antes de leer el post anterior. Algunas veces es una ventaja llegar tarde a los sitios.
ResponderEliminarNo vayas, nooooo. ¡Que el enlace era a la reseña, no al vídeo!
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