Es uno de mis planes favoritos: recojo
los pies como un borreguillo, abrazo un cojín y me rindo. Has cerrado
los postigos y viene una noche postiza, sea cual sea la hora.
Todas las tareas pendientes, todos los escrúpulos que fui
adquiriendo y que trato de desterrar quedan fuera. Olvido que apenas
si tengo tiempo para ser el personaje que me interesa. Me olvido de
mi apego al movimiento. De que tengo que dejar algo hecho que
demuestre y avale mi competencia. Prescindo de mí misma como sujeto.
Me entrego a lo que venga.
Siempre te pido que no digas nada de la
película que has escogido. Eso es lo que más me gusta: ser un folio
completamente blanco en el que alguien va a dibujar imágenes y
palabras. No lo soy, por supuesto. Tengo una experiencia previa que
emborrona de sensaciones la virginidad de las imágenes que comienzan a sucederse. Pero al principio, cuando
la pantalla no ha arrancado del momento cero, yo no sé nada y todo
está abierto. Nada es el requisito para que ocurra cualquier cosa. Con el correr de los fotogramas, la banda de opciones se estrecha y
el árbol infinito de historias se poda. Igual que cuando nace una
persona.
Me gusta suspender las referencias
previas.
Me gusta también la pasividad de no
participar en la elección en absoluto. Dejar de tomar decisiones al
menos una vez cada quince días. Participar desde fuera en el
desarrollo de algo que no tiene que ver en principio conmigo misma,
con mis propósitos o mis preferencias; con un esquema de vida que
intento que sea lo más ancho y laxo posible, pero que no deja de ser
una estructura fija.
Me gusta esa confianza radical en tu
criterio. Casi siempre aciertas, y cuando no lo haces, la cara de
huérfano que se te pone al pensar que me has defraudado también
vale la pena. Me he abrazado mil veces al cojín sin que en la otra
esquina del sofá alguien hiciera de contrapeso. Saber que a los dos
nos emociona al unísono la figura de Henry Fonda a lo lejos, el roce
de dedos de los protagonistas de aquella historia de amor no
satisfecho, un pasaje muy concreto de cierta banda sonora, aniquila
el aislamiento de ser persona. Mi confianza es la suma de
todos esos vuelcos del corazón simultáneos. Uno de mis tesoros
secretos.
Y sobre lo que escogiste la última vez... Si alguien confía en mí, tal vez cualquier día hable de ello.
A mi también. Me refiero al plan que da título al post.
ResponderEliminarEs que nunca defrauda.
EliminarOu yeah!! Qué bonitez!!
ResponderEliminarRecalco, subrayo, pongo en mayúscula y cursiva esta cosa: "Nada es el requisito para que ocurra cualquier cosa". La tengo muy presente.
Muas
No era mi intención, pero cuando releí esa frase al repasar el texto completo, escuché tu voz. Ve-rí-di-co.
EliminarPor aquí confiamos en ti, claro. He echado un vistazo a lo que hay detrás de las letras de color "Podemos" y quiero verlo ya.
ResponderEliminarMuchas veces me pregunto cómo lo hacen estos buscadores de tesoros...
Gracias por confiar en mí. Me encanta exponerme a las radiaciones pecomagnéticas que irradias desde tu esquinita del sofa. Sólo por eso merece la pena ver una peli contigo......y sabes que es verdad. Me erizas el vello
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