Este es uno de esos momentos que dejan mi
dignidad maltrecha. Uno de esos cuyo relato avergüenza tanto
a mi madre como a la mejor versión de mí misma que me guardo aún
en la manga. Este es uno de esos momentos en los que me levanto de la
silla de nuevo, pronuncio mi nombre ante la concurrencia y confieso
que la vida me asusta sobremanera.
La vida no: lo que linda con ella. Todo
país a este lado de la nada es mi amigo. Todo lo que pueda ocurrirme
mientras respiro lo acataré con la cuota de aplomo que tenga. El
dolor en realidad no me intimida. Si la negociación es posible, la
enfermedad es siempre una oportunidad para entrenar la paciencia. Las
otras, las irrevocables, las sordomudas, las que alzan una ceja
ponzoñosa ante el instinto de supervivencia, esas son las que me
quiebran.
Qué confesión escabrosa. Pero, ¿cómo,
Silvia? ¿También a ti la hipotésis de morir te aterra? ¿Te
abochorna estar a la misma altura emocional que los cerdos cuando el
matarife se acerca? Pero el que me conoce sabe de qué pie cojeo.
Este es uno de esos momentos en que el que me quiere pone los ojos en
blanco. Lo entiendo. Uno de esos momentos en los que mi talento para
imaginar lo que podría llevarme a la tumba descuella.
Lo sé. La hipocondria es un transtorno
mental con un glamour muy dudoso. Propia de señores bajitos con
gafas de montura gruesa. No se en qué momento me comí a Woody
Allen, pero ahora se me repite. A Charlotte Brontë, a Marcel Proust o a Darwin. No sé cuándo la preocupación por la salud se convirtió
en esta cosa pornográfica, tan alejada de la realidad y tan sin encanto.
Pero así estamos. Así es como justo en este
momento estamos, desde que un par batas blancas han empezado a tener
en cuenta la posibilidad de que esas extrañas partidas que se juegan
en mi cuerpo, las erupciones en la piel, la menstruación incierta
como el Guadiana, los hormigueos en brazos y piernas, obedezcan al
final a una sola regla. Anónima, por lo pronto. He empezado a ser la
mesa donde se montan los puzzles. Y eso a la vez me consuela y me
aterra. Lo primero, por el gusto de tenerlo todo bien atadito, lo
bastante compacto como para poder atacar por un solo flanco. Lo
segundo, porque no hay manera de saber si en esta pantalla de Tetris
en la que a lo mejor me he convertido quedan piezas por caer, todavía,
y si será posible encajarlas sin que den mucha guerra.
Este es uno de esos momentos en los que
el no – saber se olvida de la etiqueta. No saber si el Dr. Maligno
aguará la fiesta en el bonito mundo de color de Austin Powers. No
saber los medios astutos que podría usar la nada para expresarse a
su modo tajante. No saber el nombre del gusano que en este mismo momento podría
estar royendo el corazón de tanta vitalidad, de tanta esperanza como
cada despertar me genera.
Aunque sea una tipa culta, de esto no me avergüenzo. |
Y, sin embargo, en medio del no –
saber histérico, puedes saber ciertas cosas. Después de una
travesía larga, es posible llegar a la costa de aquellos países
amigos de los que hablaba. Despegar una esquinita del tiempo que
normalmente das por sentado te ofrece la ocasión de comprender algo
más del dibujo de tu vida. Después de los bandazos y de la
sensación ocasional pero punzante de ir a la deriva, descubres
lo que bajo ningún concepto tolerarías que la muerte te quitase.
Este es uno de esos momentos vergonzosos
que a veces me sirven de brújula. Uno de esos momentos que en cierto modo agradezco.
Es bien sabido que, por suerte o por desgracia, el ser humano aprende a golpes, lo importante es que (te cures, evidentemente) aprendas de la experiencia, que deje algún poso en tu cerebrito adorable que después te valga para algo.
ResponderEliminarUn besito, mi tita S guerrera.
Suscribo lo que dice Ficticia: aprender, porque no hay otra alternativa que sea saludable. Y además, añado: sacar a la palestra a esa mejor versión de ti que aun tienes guardada en la manga... ¿no estará queriendo salir y por eso se rebela? Besos grandes!
ResponderEliminarQué es lo que tan claro tienes que no tolerarías?
ResponderEliminarSi de lo que hablamos es de hipocondria, bueno, se puede acotar. Mucho mejor que sea simplemente eso: todo consistiría en racionalizarlo, cueste el trabajo que cueste, pero sabiendo que al final hay premio, que es la paz de espíritu. Otra cosa es que esos miedos no sean irracionales sino fundados, aunque al final casi es lo mismo, siempre es lo mismo: fuerza de espíritu, reciedumbre, dignidad. Una vez más reconozco que es más fácil decirlo que hacerlo, y una vez más termino con ese "pero..."
ResponderEliminarGüena gente, vuestros comentarios han sido los ladrillos para construir el post siguiente. Para que luego pensemos que esto de obtener respuesta sólo es cuestión de ego.
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