viernes, 23 de marzo de 2012

Post dedicado (I): Cien razones para dar las gracias


Lo que más me gusta de mi gente favorita es su capacidad para sacarle brillo a la mejor versión de mí misma. A su lado soy más justa, más alegre y más suave. Ellos, mis favoritos, son como enzimas que aceleran mis potenciales, como vitaminas. Ponen en marcha mi cerebro y mi risa. Le dan sentido a la palabra solidaridad. Mantienen viva mi fe en que todavía, siempre, es posible la construcción de algo que supere mi intimidad o tu intimidad. Y son espejos buenos y claros: pueden mencionar esos defectos que, en soledad, tanto me echo en cara, sin que me duela nada. Con un chiste me recuerdan mi holgazanería, mi inconstancia. Yo, abriendo mucho los ojos, como si me hubiera fumado alguna cosa rara, me río.

Es por eso que no me molesté lo más mínimo cuando esa víbora sanluqueña que es mi amigo Antonio me dijo, hace ya unos cinco meses, cuando mi blog recién nacido aún mamaba, que, bueno, sí, había entrado en él, pero sólo un par de veces salpicadas, porque, conociéndome, no esperaba que actualizara demasiado. No te lo reprocho, lucerito. Ni yo misma daba un duro por mi perseverancia. Y, fíjate, aquí estamos: yo escribiendo este post número cien, y tú haciéndote pasar por un tal Autoayudado.

Me gustaría deciros que me la soplan los aniversarios. Que me río del prestigio de las cifras redondas. Que, a estas alturas de marzo, cada vez que me topo con otra mención a La Pepa, vomito. El post cien, pobrecito, no tiene por qué resultar más lúcido, ni más compasivo ni más evocador que el veintiuno. Además, me da apuro recapitular. Al fin y al cabo, el cien tampoco es un número tan boyante. Hacer ahora un inventario de las sensaciones y expectativas que esta aventura me está reportando sería como escribir una autobiografía a los veinticinco años. No soy tan fatua. Todavía me queda mucho por investigar, y muchas vacilaciones por superar.

Y, sin embargo, he querido esperar a que el número de mis artículos engordara por fin hasta las tres cifras para dar las gracias. Perdonad, pero hoy no me dirijo a vosotros que me leéis de vez en cuando, o todos los días (aunque gracias, gracias, gracias. Todavía alucino un poco cuando me doy cuenta de que estas palabras que no se pronuncian y no se oyen más que en el código morse de las teclas, de repente ya saben lo que es el eco. Me sigue pareciendo un milagro que sigáis dejándome compartir con vosotros lo que vivo, y que así mi vida parezca multiplicada). Hoy sólo quiero decirle a alguien que, sin su ejemplo, yo no habría terminado de materializar mi vaporoso empeño de escribir con cierta seriedad, y de hacer público lo que escribo. El post cien es el primero de la serie de post dedicados, y me sirve para darte de nuevo y en mayúscula las gracias, Marina.

Un enlace en la página de un conocido común me llevó hasta ti. Ahora recuerdo esos días de verano, en los que engullí lo que hasta entonces llevabas escrito, con el mismo lustre dorado que la memoria le pone a los agostos en los que uno se enamora. Me acuerdo de las tardes de guardia de incendios, esperando en la oficina a que el termómetro bajara de los cuarenta grados, para poder salir al campo sin que el uniforme se quedara adherido a la piel de mis piernas. Me ponía en cuclillas con los brazos apoyados en la mesa, harta ya de estar sentada, y leía un post tuyo tras otro, mientras un compañero zanganeaba a mi alrededor, y me hacía preguntas que yo respondía con la cabeza, desde el limbo. Leía, y todo me parecía primo hermano de la gracia. Leía, y dios, es turbador decirlo, pero en cierto modo me sentía desdoblada. (Turbador, y un poco incómodo, cuando alguien, con los impulsos más nobles de su corazón, te hace saber que siente exactamente lo mismo que tú, o le pasa lo mismo que a ti, cuando la verdad es que nadie es igual que nadie).

Y, sin embargo, era una sensación de fraternidad un poco difícil de llevar. Verás, en el taller de escritura de la Casa de Porras, César nos encargó la tarea de retratar a la persona en la que nos gustaría convertirnos. No se trataba de un ejercicio de escapismo, de imaginarse a uno mismo como a un superhéroe o a un neurocirujano o al descubridor de las fuentes del Nilo. Sólo teníamos que sacar a la luz a esa persona que podríamos ser después de limpiarnos las costras de la superficie, los días, los abandonos, las adaptaciones cotidianas al miedo y la comodidad. Yo, a la versión mejorada de mí misma le puse el nombre de Marina. En serio. Siempre me ha gustado tu nombre, y no entiendo por qué a mi madre no se le ocurrió a la hora de bautizarme, si tenía ahí al lado a la hermana de su madre para inspirarse. Así que, cuando empecé a leerte, cuando supe de tu ingenio, de tu sabiduría, de esa maravillosa vitalidad que despliegas en cada uno de tus verbos, no pude evitar acordarme de aquel retrato.

Y fue duro. De repente, la Marina que había imaginado se parecía de manera sospechosa a una Marina real, y por tanto, no tenía excusa para seguir conformándose con vivir en un vago reino ficticio. La Marina de carne y letra me cogía por una oreja, y me ponía delante de ese retrato del que todas las noches me intentaba escapar. Mira, esto es lo que podrías llegar a ser, si agarrases las cosas como hay que agarrarlas. O peor: mira, esto es lo que podrías haber sido, si alguna vez hubieras apostado por la pasión.

Desde entonces, porque te admiro y, no me avergüenza admitirlo, porque te envidio y, sobre todo, porque amo a la Marina que nació de aquel ejercicio, voy trabajando para limpiarme, post a post, frase tras frase. Ya formas parte de mi gente favorita.

5 comentarios:

  1. Ante la evidencia, tendré que tragarme mis viperinas palabritas con la bífida lengua que alberga mi boquita de piñón. ¡Ummmm, están buenehihimah!

    ResponderEliminar
  2. A mí tambien me gusta Marina.

    ResponderEliminar
  3. Anónimo entre comillas24 marzo, 2012 23:30

    Hoy, antes de leer este post, he leído el último de Marina; de hecho lo comentaba en el tuyo anterior. Puro azar, ya que es la primera vez que sigo ese orden y no el que es mi costumbre, el inverso, supongo que ha sido porque me llamó la atención el título del suyo. Y leyéndolo pensaba que os pareceis mucho en la forma de escribir -modestísima opinión, claro- y creo que en el fondo de lo que os mueve -más modesta y arriesgada opinión todavía, porque a ella la conozco cero, o casi-, pero...
    Me encanta el primer párrafo de hoy. Explica a la perfección qué hace que nos guste la gente que nos gusta.
    Nunca entendí que mis primas olvidaran el nombre de su madre que a mí me sonaba a otro mundo, Marina, cada vez que nacía una nueva niña.
    M. se preguntaba el otro día quién puñetas sería el "jefe de prensa" de la dichosa Pepa, porque hay que ver cómo curra el tío.

    ResponderEliminar
  4. ¡Muchísimas gracias! Eres amor. Las vueltas que da la vida. Coincidir en danza de la panza, que luego tú fueras al taller de escritura de la Casa de Porras (que yo estuve impartiendo un tiempo, creo que lo sabes) y que después nos hayamos encontrado en la blogosfera no deja de ser curioso. Es un post precioso. Me hace mucha ilusión que alguien me vea de esa manera. La verdad es que nunca pensé que desde un blog se podían aportar y recibir cosas tan bonitas a gente tan linda, y si de alguna forma te he ayudado a que entres en este mundillo raro hecho a medias de sensibilidad y ego, pues yo que me alegro.

    Un abrazo grande y un poco inconexo desde mi sábado de guardia en el hospital.

    ResponderEliminar
  5. Comillas, eso de las semejanzas lo comparte también tu hermana. A mí me haría feliz creerlo. Ah, y no te pienso repetir que tú también eres favorita, que luego vas por ahí de "Imprescindible".

    Marinita, otro abrazo. Me hubiera encantado asistir a tus clases en el taller

    ResponderEliminar